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sábado, 7 de julio de 2012

Porque votar por Chavez?




Sin animo de ofender, ahí les va: Porque votar por Chavez??: Chavez no es un discurso!...Logro de la revolución, Satélite Simón Bolívar, próximo Satélite Miranda, Mercal, PDVAl, canaimita, Puente Orinoquia, Metro Cable en Caracasa. Ferrocarril de los Valles del Tuy, Gasoducto en Sucre, comedores escolares, atletas de alto nivel, CANTV dando dividendos al país, PDVSA dando a la nación 37% de regalí...Ver más



viernes, 6 de julio de 2012

Dios, ha muerto...


2012-07-06 16:17:46
por: Rosario Aquim Chávez
 El hombre de hoy, perviviente de esta era de la incertidumbre, asiste a un momento particular de su historia: el instante eterno del desconcierto, del sinsentido, del vaciamiento... el ser, llega a su fin... después, como diría Heidegger, “ya no queda nada”... esta es la época de lo que Nietzsche llamó, “nihilismo consumado”, es el tiempo en el cual la muerte de Dios se hace inminente... el hombre abandona el centro de sí mismo y se dirige hacia la nada, se lanza hacia el abismo de su propia desesperanza... el hombre, asume su colocación en el proceso histórico del nihilismo, comprende que el nihilismo “es su única chance”.
 Para Nietzsche, el proceso del nihilismo se inicia con el surgimiento del Dios abstracto de la compasión, el Dios cristiano en Occidente y el budismo en Oriente. Dios es nihilismo, su propia esencia es nihilista porque desvaloriza los valores supremos que habitan la conciencia del hombre; mientras que para Heidegger el nihilismo, es el aniquilamiento del ser cuando éste deviene en valor. El ser pierde su capacidad de subsistencia autónoma e independiente y se somete al dominio y al poder del sujeto. El proceso nihilista transforma el valor de uso en valor de cambio. El nihilismo sería entonces, “la reducción del ser a valor de cambio”.
 En el presente, lo que se ha perdido, lo que ha desaparecido no son los valores como tales, sino el valor supremo: Dios. La cultura ha descubierto, ha conocido la “genealogía” de su constitución social, ya no hay más misterio, el mito del “origen” se ha vuelto insignificante, el proyecto cultural de “reapropiación” se ha extinguido para siempre. La muerte de Dios ha sido decretada por el saber narrativo, por la emergencia de los pueblos sin nombres que no necesitan creer en la inmortalidad del alma y la promesa de vida eterna. “Dios muere porque se lo debe negar en nombre del mismo imperativo de verdad que siempre se presentó como su ley y con esto pierde también sentido el imperativo de verdad...” 1 La muerte de Dios reivindica la ausencia de otros valores “más verdaderos” que permanecían silenciados, encubiertos, los valores de las culturas marginadas, de las culturas populares sofocadas por el imperio de la cultura dominante.

El “mundo de la fábula”, donde la experiencia de lo auténtico, de lo verdadero pierde sentido, perece con la muerte de Dios, la desacralización de lo humano se vuelve inminente.

“Los rasgos de la existencia en la sociedad capitalista tardía, desde la mercantilización totalizada en “simulacralización” hasta el agotamiento de la “crítica de la ideología”, hasta el “descubrimiento” lacaniano de lo simbólico (...) no representan sólo los momentos apocalípticos de una deshumanización, sino que son además provocaciones y llamados que apuntan hacia una posible experiencia humana nueva”. 2

La invención de un Ser Supremo, conlleva la presencia de un valor superior a cualquier otro, pero al mismo tiempo implica el aniquilamiento de esta creación, por el roce mismo del Ser Supremo con los demás seres en el mundo. En esta mezcla “todos pueden ser divinos”... lo Sagrado, provoca en el hombre una especie de impotencia y de horror, impotencia ante lo incomparable del valor que posee este sentimiento y horror por el peligro que entraña su misterio. Y, sin embargo, desde la genealogía del tiempo, desde los “orígenes”, antes de que se geste el mito del pecado, la ideología de la culpa, las culturas ya habían ideado sus “dioses”, ya habían sentido la inquietud, el deseo, el instinto del animal, el placer de la destrucción, de la violencia en que se funda el sacrificio, en que se erige la intimidad de lo sagrado. Estos dioses eran objetivos, reales, capaces de insertarse en la vida cotidiana; estos dioses se erigían en representaciones del entorno cercano, de la naturaleza, del propio hombre. Los dioses, encarnaban el destino del hombre en su condición instintual, animal. El rito, expresaba este estrecho tejido de deseo y sentido, de eros y razón.

Dios acaba con el instinto, con el deseo creador, destruye la voluntad de poder, no deja otra posibilidad que el ritualismo monótono y acomplejado, como forma de contrarrestar el avasallamiento y la represión de la animalidad. El hombre se avergüenza de su condición, se agazapa en su propia impotencia, en su mutismo se avizora solo la frustración, el animal necesita inventar una nueva máscara que le permita ocultar su desnudez: la máquina.

El hombre como centro del universo, el hombre como señor del SER..., he ahí la perspectiva del humanismo que entra en crisis en la era post-moderna. Esta crisis está en directa relación con la técnica. Los ideales de la cultura humanista se eclipsan, en su lugar se erige la deshumanización y la robotización del sujeto en su función científica y racionalmente productiva. La idea de Dios se difumina en los flujos mercantilizados de la pirámide eclesial, se disuelve en los corredores de los templos vacíos: Dios, ha muerto, y su muerte ha demostrado que la sociedad real mentía, lo que se ha perdido, no es el valor divino de lo sagrado, sino la verdad social, lo que se ha consumado es el orden íntimo del Ser, la conciencia aguda de la vida común expresada en esta intimidad.

La sociedad post-moderna ha sacrificado a Dios, en aras del deseo, del reconocimiento del otro como igualdad, como intersubjetividad no compasiva... lo ha ofrendado (donado), en el altar de una utopía: la libertad.

El nihilismo como chance, visualiza esta alternativa de libertad: por un lado, a través de la recuperación del imaginario simbólico de las culturas como resistencia, como destino frente a la “desrealización del mundo”, frente al renacimiento de los nuevos “valores supremos” de la conciencia culpable; y por otro, mediante la disolución de la historia falseada, en historias emergentes que tejen los cuerpos que diseñan los recorridos y los circuitos del tiempo y el renacer del deseo dinamizador que permite que sean estos hombre concretos quienes con su accionar impriman las huellas de su propia emancipación.

“Es el Deseo quien transforma al Ser revelado (...) El ser mismo del hombre, el ser consciente de sí, implica pues y presupone el Deseo. Por consecuencia, la realidad humana no puede constituirse y mantenerse más que en el interior de una realidad biológica, de una vida animal. Pero si el Deseo animal es la condición necesaria de la Conciencia de sí, no es condición suficiente. (...) Al contrario del conocimiento que mantiene al hombre en una quietud pasiva, el Deseo le vuelve in-quieto y le empuja a la acción. Habiendo nacido del Deseo, la acción tiende a satisfacerlo, y no puede hacerlo más que por la “negación”, la destrucción o por lo menos la transformación del objeto deseado: para satisfacer el hambre, por ejemplo, hay que destruir o transformar el alimento. De este modo, toda acción es “negadora”. 3

Sólo destruyendo el Imperio de Dios se puede recuperar el sentido de la humanidad... La Conciencia del Deseo y del placer, sintetizan la voluntad de poder que subyace en la Conciencia del Vencido, en los ojos del esclavo... no más amos... Dios, ha muerto... Hoy, el hombre ha parido su libertad.

El motín conspirativo de los policías


2012-07-06 16:11:41
por: Jonas Rojas
 Como todo conflicto social, político o económico, siempre deviene en un subir y bajar, en un flujo o reflujo como se diría en política con atenuantes participativos de otros sectores para redimir o lamentar los resultados. El amotinamiento de los policías de menor jerarquía —como ellos mismos se reconocieron— por más de seis días, hizo que sus demandas se traduzcan en comportamientos que requieren reflexionar por parte de los movimientos sociales y el gobierno.

Corresponde, reconocer e interpretar la coincidencia del periodismo tendencioso con la conducta lasciva de la derecha. Quiénes siempre se encuentran predispuestos y voluntariosos a sacar el mejor provecho de situaciones de litigio o demanda sectorial e irrelevante de los grupos sociales ante la ausencia de un discurso propositivo y orientador que siquiera eclipse la vorágine del proceso de cambio.

Pero el caso policial fue y será por el futuro que dure: el conflicto que debe ayudar a comprender y resolver temas estructurales que desde el compromiso con el proceso de cambio se tiene que atender y superar con responsabilidad de cambio y revolución.

La Policía Boliviana, está respaldada en su funcionamiento por una ley especial y única dentro la Constitución, al igual que las Fuerzas Armadas. Ahí radica su poder. Un poder que desde el neoliberalismo se intentó hacer el instrumento fundamental del orden y la seguridad interna para garantizar la libertad de mercado, para que la mano invisible trabaje a “conciencia” y beneficio del capital. Este postulado omite el verdadero valor de las fuerzas sociales vivas y dinámicas de los procesos liberadores.

Volviendo al amotinamiento de los policías de bajo rango, reconocemos que desde sus inicios, manifestaron el carácter reivindicativo y salarial bajo la consigna de “nivelación” en alusión a los que se mantienen en el ejército hasta hacerse en consigna que estimuló la insubordinación, el atropello, hasta llegar al vandalismo. Movimiento que se dispersa y logra hacerse un pronunciamiento nacional con ribetes ciertos, conspirativos y sediciosos. Evidentemente, desde ningún punto de vista económico, social o político se puede solicitar el apoyo o acaso conquistar la simpatía ciudadana con actos vandálicos por la institución que supuestamente está para evitar estos actos. La Policía Boliviana fue mal vista por las imágenes de abuso de poder y exhibicionismo de sus atuendos y armas que son utilizados para mantener el orden y la seguridad ciudadana, despilfarrando soberbia e imprudencia.

La Policía se denigró con esos actos vandálicos en desmedro de la institución y la institucionalidad. No hubo quiénes los apoyaran en su justa demanda que merezcan reconocimiento y respeto por la ciudadanía en general y les brindaran su apoyo.

Sólo la derecha en sus expresiones parlamentarias y ediles, pretendieron utilizar políticamente para su propio beneficio con palabras y actos medidos que no los lleven a un compromiso de consignas que obstruya su caudal anunciativo para las siguientes elecciones nacionales. En cambio, se dieron a la tarea de disminuir o en su caso, desmerecer la magnitud del conflicto de cara a la opinión pública para esforzarse en mellar el trabajo y la voluntad negociadora del gobierno, con la consecuencia de que se vieron imposibilitados de ocultar que algunos de sus correligionarios se inmiscuyan en el conflicto y aticen el fuego del enfrentamiento.

Los afanes conspirativos de la derecha no se limitan solamente a la infiltración del amotinamiento policial de bajo rango. Esto se encadena a un conjunto de sucesos y conflictos que pretender articularlos en un afán golpista evidente que son parte del pasado inmediato y de los futuros conflictos que se deben afrontar desde el gobierno. La conspiración se caracteriza por la supervivencia de grupos sediciosos y manipuladores detrás del acontecimiento en cada sector social y hacen que persista el problema en el tiempo y vuelva a revelarse a través de otro conflicto con los mismos ribetes o de formas modificadas, pero conflicto y enfrentamiento al fin.

Por eso, el amotinamiento policial tiene que ser estudiado de manera estructural y corporativa. Estructural, porque es una institución que no ha sido modificada en sus cánones de formación y estudio de la época neoliberal para el servicio, al interior de la institucionalidad coexisten métodos y metodologías de formación y comportamiento funcional bajo el espíritu comandante del Dios dinero. Corporativa, en el sentido laxo de que la funcionalidad de la policía en cuanto a orden y seguridad interna cofunciona y tiene que funcionar en coordinación con las otras instancias del Estado en garantizar el orden y la seguridad como reza la Constitución. Sería ingenuo omitir la evidente participación de intereses transnacionales en la conducta, el comportamiento y la formación de los funcionarios policiales, por la demostración violenta, agresiva y poco afortunada dirección volátil negociadora que demostraron es este conflicto.

Sin embargo, este como otros conflictos abren las puertas a la iniciativa popular. Lo destacable fue la manifestación de la CSUTCB de hacerse cargo de la seguridad y el orden en las instituciones financieras, por ejemplo. Más allá de lo enunciativo, y muestra de compromiso con el proceso de cambio, evidencia que el futuro tiene que ser en esa línea para lograr una seguridad ciudadana que hasta hoy se encuentra cautiva, y de la que la Policía reconoce que de ser así, se verá mermada en su poder y rol que la sociedad le asigna.

La Policía ha demostrado que puede ser reemplazada en tareas que desde una administración civil son mejor llevadas. La eficiencia y eficacia del rol policial siguen en tela de juicio. La valoración al servicio que ofrecen sigue observada por la sociedad. Por tanto, corresponde trabajar desde la instancia que juega en el rol del Estado, en la profesionalización del servicio al pueblo y por tanto, también en la dignidad y reconocimiento que se merecen con valores éticos y morales para no dejar en duda la idoneidad de este noble servicio a la patria.

El amotinamiento de los policías de bajo rango, deja en evidencia que los canales de comunicación están alterados y que la derecha aprovecha para generar crisis e incertidumbre en un afán golpista permanente, y esto no termina aquí, sino, manifiesta la necesidad de afincar mejor los principios y convicciones de las instituciones y el personal al servicio de la comunidad y el proceso de cambio con una propuesta que permita al conjunto social caminar hacia una sociedad más justa y solidaria con compromiso y convicción desde las instituciones que hacen al Estado particularmente.

11 Presidentes caídos en 10 años es una seña


2012-07-06 16:12:57
por: Modesto Emilio Guerrero

11 Presidentes electos por el voto popular fueron derribados por causas distintas en América en los últimos diez 10 años. Aunque ninguna de esas causas fue el tradicional golpe militar derechista, se verifican acciones revolucionarias de explotados y jugarretas institucionales apoyadas en las FFAA. La suma de los casos constituye un hecho de alto interés social, político e histórico.

 Buscar una respuesta es hacer un balance de sus causas y mecanismos que sirva al blindaje de las conquistas sociales, políticas e institucionales de la nueva América latina. Por una simple razón: lo que no avanza, retrocede. Si no hay previsión estratégica de nuestra parte, ellos la tendrán... mejor dicho, aprovecharán para aplicar la estrategia que ya tienen.

Ninguna región del planeta vivió algo parecido, lo que no significa que les haya ido mejor en términos institucionales o sociales, pero es un hecho que nuestra región sigue salvándose de la maldición de las guerras crónicas. Las dos últimas fueron las de Malvinas en 1982 y la de Ecuador contra Perú en 1994-1995.

Bastarían estos dos datos para que los asesores de la mandataria Dilma Rousseuf adviertan un error en el papel del discurso que le prepararon para su asunción como nueva Presidenta Pro Tempore del Mercosur, este 29 de junio. Allí dijo que llevamos “140 años sin guerras”.

En ese largo lapso sufrimos la Guerra del Chaco entre Paraguay y Bolivia (1932-1935), la del Pacífico, de Chile contra Perú y Bolivia (1879-1884), o los 10 años de la Guerra de la Triple Alianza, hecha por las nacientes burguesías de Brasil y Argentina, más Uruguay, para destruir al potente Paraguay a favor del comercio con Inglaterra y EEUU. Sin olvidar la pequeña guerra de Guatemala contra Belice o los múltiples encuentros militares fronterizos (alrededor de 25 desde 1902, o la propia Guerra Hispano-Norteamericana por Cuba. Todas en los últimos 140 años.

En términos comparativos, es cierto que somos un continente relativamente “pacífico” en la relación militar entre Estados y naciones.

Pero sería otro mito creer que vivimos “pacíficos” en términos sociales y políticos. Nuestra inestabilidad institucional siempre inminente —y Paraguay no será la última muestra— más guerras civiles crueles como la de Centroamérica (1980-1989), los 12 genocidios (el último fue en Colombia) y más de 60 masacres del último siglo, dan cuenta del mismo signo quebradizo y feroz, de un régimen de propiedad y dependencia absolutamente inestables, creadores de crisis permanentes y violencia estatal y privada contra pueblos y trabajadores (lo que incluye a la “democracia”)

Lo cierto es que Paraguay es el derribamiento Nº 11 de un gobierno legítimo y electo en términos de la democracia parlamentaria, que vemos en los últimos 10 años.

El primer caso de una acción no tradicional para echar a un mandatario fue en 1993 cuando la rebelión del Congreso y el Grupo de Río impidieron a Fujimori perpetrar su “golpe institucional” disolviendo el parlamento y la Corte. Fue una reacción institucional contra un golpe institucional, si recordamos el método usado. Es decir, el primer presidente depuesto “en democracia” no era progresista ni de izquierda.

El segundo y el tercero fueron Sánchez de Lozada y Lucio Gutiérrez, en Bolivia y Ecuador, ambos caídos por obra de sendas insurrecciones de masas, o sea, no cayeron por acciones estrictamente “institucionales”. Del primero surgió Evo Morales, del segundo emergió Correa. El cuarto fue De la Rúa, víctima de una sacudida social, combinada con alguna conspiración subordinada (Bonasso, M. 2004), aunque lo que surgió fue Duhalde, un peronista de derecha, seguido de Néstor Kirchner, un neodesarrollista de la gastada burguesía peronista. Antes, en 1989, fue al revés: una real conspiración bancaria y partidaria, con algunas huelgas subordinadas sacaron del poder al socialdemócrata conservador Raúl Alfonsín para que ingresara el neoliberal Carlos Menem.

Uno de los analistas más brillantes de la burguesía argentina, Rosendo Fraga, del Centro para una Nueva Mayoría, los llama “gopes de calle”, pero el mismo Rosendo sabe que decir eso es un abuso con intenciones de pegar una frase periodística sin destino. Las calles hacen insurrecciones, no golpes. Aunque a veces también sostienen golpes, incluso militares.

Antes conocimos los casos de Collor de Melo en 1991 y el de Carlos Andrés Pérez al año y medio siguiente. En estos casos, ni hubo insurrección social, tampoco fueron conspiraciones institucionales como la de Paraguay, sino procesos normatizados con meses de proceso judicial parlamentario, prensa, jueces, defensas y mucha gente en las calles.

El caso más grosero hasta ahora ocurrió en la frágil Honduras de Zelaya, debido al insólito hecho de querer consultar a la población si estaba de acuerdo en ser consultada en un referéndum constitucional.

Para el intelectual conservador Rosendo Fraga, “En todos estos casos se aplicaron los mecanismos de sucesión institucional y la democracia se mantuvo vigente”. Junto con el académico ultraderechista español, Carlos Malmud, sostienen que no importa lo que caiga siempre que se “mantenga el cauce democrático”. Para ellos es igual Fujimori y Lugo, Carlos Andres y Zelaya o De la Rúa y Correa. Para nosotros no.

Un mapa así devela un alto grado de inestabilidad institucional, cuya base es la escandalosa desigualdad social y el jerarquismo estatal dominante que impide el empoderamiento de los pobres sobre el poder de los ricos.

Hasta ahora, Venezuela es el único gobierno que ha resuelto, aunque sea en términos relativos, ese aspecto central de la defensa contra la amenaza permanente, inminente y crónica de “golpes”, “cuartelazos” o “conspiraciones”, contra cualquier progreso social, democrático o anti imperialista.

Tiene razón el Presidente Rafael Correa, cuando advierte de un hecho central con esta pregunta “¿Ustedes creen que es casualidad que en los últimos cinco años todos los intentos de desestabilización hayan sido con gobiernos progresistas?”. Es cierto, esa es la tendencia última, indicadora del bicentenario “destino manifiesto” que anunciara Simón Bolívar en 1823 y registrara el continente desde 1848 en la partición y ocupación militar de México.

Sin embargo, no debemos olvidar lo principal. Algo no está resuelto en las profundidades de las sociedades gobernadas por los 5 (u 8) gobiernos progresistas del continente.

Cada vez se manifiesta mayor distancia entre las promesas, los programas y los discursos, respecto de los resultados.

La derecha pro yanqui sabe aprovechar esa brecha y debilidades nuestras, para avanzar algunos pasos, como en Honduras, Colombia y ahora Paraguay. En cualquiera de los casos, en Paraguay el empoderamiento se llama reforma agraria.