Adjunto a la
presente, extracto de escritos históricos que refieren a la famosa he
ineludible casa del que fuese "Marqués de Casa de León" o mejor dicho
"Hacienda de TAPATAPA". Según antecedentes se puede confirmar la
presencia en dicha casona, de tan ilustres personajes como Francisco de
Miranda, Gregor Macgregor "casado con prima del Libertador", Carlos
Soublette "para entonces secretario del generalísimo "hasta de los
franceses Enmanuel Serviez y Du Caylá, entre otros, que durante la primera
república permanecieran en esta casa estratégica, una vez de venir en retirada
desde Valencia ante el asedio de las tropas del realista Domingo Monteverde.
Allí, señoras y señores se realizó la conocida "conferencia de
TAPATAPA", donde se le otorgase poder total a Miranda y de allí tomar
decisiones muy importantes para sostener la independencia de nuestra patria.
Se urge por el
corazón de los venezolanos que aman su historia, en que se tome en cuenta esta
casona para su restauración, ya que ha sufrido los embates del tiempo y fue
afectada por un voraz incendio que consumió la totalidad de su techo de cuatro
vertientes y tejas de arcilla.
Señores seamos
dolientes, esto es parte de nuestro acerbo histórico que tanto enfatizamos en
nuestros ideales bolivarianos...
Con la ayuda a
donores de profesionales como yo, que soy arquitecto y de valiosos ciudadanos
como Jorge León Garcia y muchos más preocupados por esta situación, se puede
llevar adelante este hermoso cometido, pues solo resta el aporte de nuestro
gobierno para sufragar gasto de remodelación y hacer de este lugar un tremendo
museo histórico. -Por qué no…? -Tal como lo es hoy en día el Ingenio de
Bolívar, en San Mateo…!.
Escrito por
Tarek Haidar
Permanecidos el brigadier Nicolás de Castro y el
teniente coronel Manuel Cortés de Campomanes en la Cabrera, lentamente va
marchando el resto de la tropa patriota debajo del cielo azul celeste aragüeño,
fijando vistas Francisco de Miranda y su estado mayor, sobre el entorno vegetal
que como les era ya costumbre por estos lares, devela fecundos y conglomerados
montes repletos de coloridas copas.
Junto a cada pisada de herradura y pálpito de brisa
con fragancia silvestre, se permite de vez en vez el génesis de pequeñas
tertulias de viajero.
-Yo tenia una biblioteca de más de 1.500 ejemplares,
su merced...!, le explicaba Macgregor al sexagenario comandante. -Todas los
pliegos que contenían observaciones sobre mis viajes, se han perdido con ella
para siempre…pues ese damn terremoto se lo ha tragado todo...!.
-Lastima que no halla podido echarle un vistazo a
vuestra colección, mi amigo escocés, pero vuestra valentía y humildad valen por
todo, ya que a sabiendas de poder recuperar algunas de vuestras pertenencias,
habíais preferido auxiliar a los desamparados...!. -Además, he escuchado que
vuestra merced posee dotes de naturista,…esperemos que al acabar con esta
guerra, conozca a hombres como Humboldt y Bompland...!.
Al transcurrir de breve tiempo, pronto se internan
en los terrenos del marqués de Casa de León, recibiendo cerca de la casa
administrativa de la hacienda, la bienvenida por parte de un caporal y algunos
esclavos que trabajaban incesantemente, atravesando seguidamente por una
angosta vereda circundada de jabillos que no demoraba en conectarles con el
camino real, que les conduciría en caso de seguirlo, hacia el pueblo de
Ocumare. -Caramba…en Europa encontrareis el areópago de Atenas, más he aquí en
los valles de Aragua, a su propia acrópolis...!, exclamaba exaltado Miranda al
avistarse a una casona de techos de arcilla a lo alto de una loma y sin chistar
redirigir a la tropa, hacia esa dirección.
Bajo la amplia sombra de un samán, pasa la
caballería con sus centenares de alazanes de estiradas pollinas y juguetonas
colas, hasta introducirse uno a uno hacia la inmensa caballeriza de la hacienda
“La Trinidad de Tapa tapa”, donde a su vez varios mozos, atendiendo a sus
oficios, rápidamente tomaban los arneses y se encargaban de liberarlas de sus
preciosas cargas. Sobrecogedoramente amplio se vislumbra el patio rectangular
con altísimos paredones de tapia, y techado de mangle y teja, provisto además
de elongados vertederos de blanco mortero rebosantes de agua fresca, gracias a
una acequia que paulatinamente les brinda el alivio a los caballos, una vez
fijados por sus riendas hacia argollas de fierro. Fortuitos testigos, esclavos
que usando tridentes arrumaban el heno puesto en el granero, denotan como los
soldados de caballería, pies en tierra, estiraban entonces sus articulaciones
en procura del alivio corporal, a la vez de entregarse al improvisado musical
generado por los lengüetazos de las bestias, sobre el agua de los abrevaderos.
Atendidos según sus jerarquías, el comandante
criollo y su estado mayor son orientados en pleno galope, a través de un portón
ubicado al final de las caballerizas que los introduce en el área de faena,
lugar en que desde tiempos ancestrales se han tenido las labores de rastrillado
y tamizado de los frutos del café y cacao. Por allí se erigen las barracas de
esta mano de obra esclava y más allá, justo donde las paredes laterales se
adosan a la loma, se levantan las casuchas del mayoral que se aseveran del
arduo y constante trabajo. Agradable sin embargo resalta en el ambiente la
rueda hidráulica de un molino, que al girar gracias a las corrientes del
manantial proveniente de la colina, desprende primeramente un chasquido antes
de permitir el extracto del sumo de las cañas de azúcar, colocadas entre las
prensas.
Cuesta arriba, ante los ding dones de una vibrante
campana, poco a poco se van esclareciendo los detalles de la hermosa casa
perteneciente al llamado “Señor de Maracay”, hasta que al arribar a un recodo
del camino que se vuelve plano y despejado de maleza, descienden de sus montas
para iniciar súbita subida por medio de escalones entramados de rojos
ladrillos.
-Seáis bienvenidos vuestras mercedes...!, les
expresaba con ademanes de cortesano el marqués Antonio Fernández de León, al
instante que fijaba su sigilosa mirada sobre la canosa cabellera y faz repleta
de surcos del general Miranda, hasta entonces efectuarse el saludo de rigor
para ser dirigidos hacia un amplio corredor revestido de terracota, enmarcado
además por siete elegantes arcos de estilo romanesco.
Molini, quien desde siempre cumple a cabalidad con
sus responsabilidades de secretario del generalísimo, hace transferir los
baúles de su benefactor hacia lugar seguro, al tiempo que el brigadier Gregor
MacGregor, el coronel José Félix Ribas, el teniente coronel Carlos Soublette,
el capitán Enmanuel de Serviez y el teniente Antonio José de Sucre, se
desprenden de sus bicornios emplumados al entregárselos a un mayordomo, al
tiempo que el coronel Du Caylá, el diputado Martín Tovar y Ponte, Luis Delpech,
junto a Pedro Gual, casi con movimientos sincronizados, sacuden sus atavíos del
polvo del camino.
-Gracias Dios mío...!, dirigía sus expresiones al
cielo fray Marcos Duran “Padre Martel” a la par del capellán de la tropa José
Félix Blanco quien hacia la señal de la cruz, inspirado por las tantas
hermosísimas vistas que se brindan desde está agraciada ubicación. -Vaya que es
esplendida…...!., reafirmaba lo dicho el cirujano Juan Francisco Sánchez, hasta
que entonces eran reorientados hacia una amplia saleta desde cuyos extremos se
interconectan a una biblioteca y a una oficina de despachos.
-Mi flamante esposa…vuestras mercedes...!. , de
inmediato reciben el fémino saludo de la señora de estas tierras. -Doña Josefa
Antonia Carrera Magdalena, hija del honorable capitán Antonio Carrera…...!.,
indicaba el marqués al instante que la agraciada efectuaba la venia
correspondiente.
-Infinito placer me embarga...!, le correspondía
Miranda al momento de doblarse para besar la sutil mano de alabastro de la dama
aristócrata, quien inevitablemente atraída, no evitaba fijar su mirada sobre la
ahora expuesta, lacia y recogida cabellera enlazada del ilustre visitante. -Muy
guapo está el general,… tan diferente a mí Antonio ...!, comparaba con disimulo
para no delatarse ante los prevenidos, la gran señora que ha venido acompañando
al marqués desde su casamiento en 1785.
Hallando oportuno breve relajamiento, optan por
trasladarse hacia el prominente atrio que se sostiene gracias a cuatro esbeltas
arcadas, inclinándose entonces a placer sobre los enmaderados pasamanos que
alinean elegantes balaustradas. Cual momento mágico, se avivan inmediatamente
las sensaciones ante la mezcolanza de hermosas vistas y acariciantes brisas del
valle que arrastran mil aromas, desde las tierras cultivadas, incluso divisar
hacia las faldas de la ladeada colina de enfrente, a un grupo de centinelas que
apostados ante un ergonómico banco de mampostería, sigilosamente custodian el
acceso hacia la casona de la hacienda.
-Hechizo de la naturaleza...!, manifiesta el
generalísimo al sucumbir con compañía, ante el paisaje que devela vastos
sembradíos, al área de faena por el frente y hacia la derecha, el camino real
de Ocumare que se sobrepone a un horizonte tapizado por distantes colinas y el
lago valenciano que se delata por su plateado destello.
Anticipando la llegada del ocaso, el anfitrión de
casa guía a los inquilinos a un reconocimiento del interior, trasladándolos
primeramente hacia el oratorio desde cuya pared cuelga un óleo de la Santísima
Trinidad, representado por relieves a vivo color de un viejecillo con túnica y
larga barba blanca, al Cristo abrazado a una cruz, y justo sobre ambos, a una
blanca y resplandeciente paloma que despliega sus alas en pleno vuelo
celestial. Prosiguiendo a través de una puerta que les comunica hacia un patio
interno, dos aljibes ornamentan el ambiente enmarcado por altísimos paredones
de rojísimo croma, cuyas puertas enmaderados les introducirían hacia los
aposentos de la familia, mientras que hacia el otro costado, por medio de
escalones, se sumergen hacia la parte posterior de la casona la cual ubica las
habitaciones de la servidumbre de confianza y a la cocina con sus alacenas
repletas de víveres y demás enseres.
Sin embargo, el interés principal de don Antonio
Fernández es el de conducirlos a sus lugares de pernocta, convidándoles por
ende a subir por una escalera elaborada con listones de samán que les conecta
de ipso facto con un kitchenet y que seguidos por un corredor, orientarlos
eventualmente hacia un pequeño balcón que curiosamente les conecta visualmente,
con el oratorio dispuesto en la planta baja. No es sino hasta que se adentran a
una amplia saleta, cuando se le designa por su ubicación estratégica, como el
lugar más idóneo para los despachos y futuros consejos de guerra, pues su
amplitud es apropiada para acomodar el buró personal de Miranda y para
proporcionarle la distancia requerida para largar algunos pasos, en caso de
procura de fijeza del pensamiento.
Circundados por pinturas, ornamentos, libros y
sillones de cuero guadamecí, se desvían por obligaciones militares del paseo de
reconocimiento, destinándose a la lectura de las postas que recién han arrobado
desde Caracas y tejerse por consecuencia, conversaciones en torno a los
acontecimientos en las zonas hostiles, a ambas riveras del lago de Valencia.
-Las tropas comandadas por el coronel Juan Paz del Castillo, han recuperado el
pueblo de Guigüe de manos de los realistas…lamentamos la perdida del coronel
Domingo Monasterio el día anterior a las escaramuzas, pero su sacrificio ha
servido para recobrar este sitio que garantizará cubrirle la retaguardia, a los
defensores del portachuelo de Guaica…...!..
Meditaciones profundizadas dan libertad a
diferentes nociones del pensamiento, conllevando a Miranda emitir reflexiones
basadas en conocimientos previos a su pasado militar. -Los franceses en tiempos
de Federico II “el Grande de Prusia”, han aprendido que podían enfrentárseles a
un ejército enemigo muy superior en números, si se utilizaba apropiadamente la
artillería...!. -En vez de aplicar el sistema de choques diseminados entre los
efectivos de infantería y caballería que en muchos de los casos prolongan la
definición de la batalla, debemos más bien concentrar la artillería contra un
solo punto y así abrir la brecha que ha de romper el equilibrio de la formación
enemiga...!. -Implementaremos el Sistema Prusiano, llevándolo a cabo en La
Cabrera...!.
Liberando mediante navaja de plata, el lacre de una
carta remitida por su gran amigo el licenciado Miguel José Sanz, lee a
continuación; “Aquí todos estamos entregados a la confianza fundada en su
pericia militar y en su patriotismo, aunque los que pensamos, no dejamos de
temer lo bisoño de nuestras inexpertas tropas y las intrigas y cábalas de los
enemigos del sistema y de la virtud. Vuestra dignidad tiene que luchar con
muchos enemigos. El ingente deseo de la libertad de mi patria y mi decidido
afecto por su persona, me hacen indicarle no se fíe mucho, ni se empeñe, hasta
no haber formado el espíritu militar e introducido la confianza en nuestras
tropas”.
Una segunda carta, pero esta vez dirigida por el
Gobernador interino de Caracas, Francisco Carabaño, le expresa lo siguiente;
“Venerado jefe, no dudo un momento que usted estará bien al cabo del estado de
nuestro ramo militar, pues con sólo ver que ha tenido que organizarlo en el
mismo teatro de las operaciones, está dicho todo. Yo no puedo conformarme con
que cuatro ineptos nos hayan conducido a los bordes de nuestro total exterminio
y que paguemos todos sus desaciertos y ensordecimientos a la voz de la razón”.
Culminados los despachos, la caída de la noche les
sorprende no sin antes proveerse de suntuosa cena y entregarse muchos hacia los
predios de “Morfeo”, mientras que el generalísimo, aunque afectado por una
ligera migraña que influía para incomodarle, se hacia acompañar de los
oficiales franceses; Enmanuel de Serviez y de Du Caylá, aprovechándose de una
banqueta dispuesta hacia el porche para tejer una última plática antes de irse
a acostar. -Qui allait penser que la trahison de Napoleón aux véritables idéals
de liberté et sa faim de conquête, allumeraient dans l'Amérique toute la tea de
l'indépendance...!. -Quién iba pensar que la traición de Napoleón hacia los
verdaderos ideales de libertad y su hambre de conquista, encenderían en la
América la tea de la independencia absoluta...!. -Y pensar que yo formé parte
de las primeras fuerzas de la Francia, para ocupar a la España...!..
-Infalible es el destino amigo mío...!, correspondía
el comandante en jefe, hasta que envueltos por el silencio, se hacia entregar
por parte de Molini, un estuche de caoba pulida donde desprendía su flauta,
reverberándose imágenes de su pasado familiar al tiempo que soplaba el sutil
instrumento que expelía las tonadas más agradables a los oídos de ser viviente
alguno.