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martes, 5 de mayo de 2015

Mayweather o la crisis de la industria del espectáculo

Mayweather o la crisis de la industria del espectáculo

 
En el caso de los deportes la cosa es un poquito distinta: la gente espera que los jonrones, nocáuts, goles y demás marcadores de la victoria sean reales y no prefabricados, trajinados o amañados. Los ídolos y hazañas deportivas tienen que ser reales; la pérdida de la credibilidad puede significar el fin del espectáculo (del negocio), de allí que a Pete Rose y a Ben Johnson los hayan borrado de todos los récords e historias deportivas, como si ellos fueran los únicos tramposos de la historia del deporte.
De todas formas en esas contiendas se gesta otro tipo de mentiras. Por ejemplo aquella monstruosa y sutil que empuja al público a creer que las victorias deportivas son reflejo o comprobación de la superioridad de una facción, llámese escuela, equipo callejero, municipio, estado, país o cultura. Venezuela no necesita que la Vinotinto vaya a un mundial o que Pastor Maldonado termine una carrera sin chocar ese maldito carro, pero parece que hay cosas que levantan la autoestima de los pueblos, y esas cosas hay que respetarlas.
La pérdida de la credibilidad de la competitividad puede significar el fin del negocio del espectáculo
Vinimos a hablar de boxeo, así que digámoslo de una buena vez: en la bárbara antigüedad romana los esclavos devenidos gladiadores peleaban y mataban a cambio de conservar una vida precaria, mientras que en el avanzado y civilizadísimo capitalismo industrial algunos de esos esclavos lo hacen por millones de dólares (que luego derrocharán para regresar sin remedio a una vida precaria). En otra variante remota del mismo espectáculo los animales salvajes despedazaban a personas desarmadas o provistas de armas, para solaz y excitación de una aristocracia enferma; los gladiadores de hoy se despedazan entre sí ante las cámaras para que millones de enfermos nos emocionemos y unos pocos empresarios se lleven la colosal tajada. Espectáculo=espejo: nos sentimos impotentemente Pacquiao al no poder reventar a golpes al gringo pedante, y mire lo grave de nuestra enfermedad que no sabemos ni queremos explicar por qué queríamos que perdiera ese coñastre insípido, tan parecido al presidente de su país, pero tan parecido también a tantos panas del barrio y la esquina.
Se lo dijo Sugar Ray Robinson a Herbert Kretzmer durante una entrevista. El periodista le preguntó por qué había decidido meterse a boxeador. Sugar Ray respondió: "Un día me miré la mano izquierda. Después me miré la derecha. En ninguna había dinero". Los boxeadores pelean y quedan reducidos a despojos humanos por plata, esto ha sido así toda la vida. En toda su carrera boxística que duró un cuarto de siglo (1940-1965), Robinson, de quien se dice que ha sido el mejor peleador de todas las épocas, declaró haber acumulado una fortuna de cinco millones de dólares. En 1974 Muhammad Alí y George Foreman se ganaron cada uno esa cantidad por pelear poco más de 20 minutos; 31 años después Mayweather y Pacquiao se acaban de repartir 300 millones: el filipino por tratar de pelear con el norteamericano y éste por huir durante los 12 rounds que duró el "combate".
 
"Un día me miré la mano izquierda. Después me miré la derecha. En ninguna había dinero", dijo Sugar Ray Robinson
 
Volvemos al espectáculo-espejo de nuestra miserable formación capitalista: hablamos de Mayweather en tono de burla y desilusión porque estamos entrenados para emocionarnos al ver a dos seres humanos cayéndose a coñazo limpio o sucio. El gringo aplicó a cabalidad una regla universal del boxeo (que consiste en pegar y no dejarse pegar) pero nuestra condición de espectadores de la violencia esperaba que esos gladiadores hubieran terminado bañados en sangre. En nuestra defensa pudiera decirse que la pulsión primitiva que nos hace enardecer ante las masacres y el dolor ajeno es muy anterior al capital: el mejor sinónimo de "comer" es "matar" (en una próxima entrega nos regodearemos en esa cruel pero irrefutable verdad) así que no hay nada que nos estremezca, tanto como el hambre y la necesidad de morder, que el espectáculo de un depredador destrozando a su presa.
Tuve una revelación al respecto hace años, leyendo sobre la vez que Roberto Mano'e Piedra Durán ganó uno de sus títulos mundiales. El panameño tenía problemas para mantenerse en el peso de su categoría, así que debía someterse a una dieta muy rigurosa. Su entrenador (perdonen el lapsus, no recuerdo quién era en ese momento) contaba varios años más tarde en una entrevista que a Mano'e Piedra le deban para que probara un churrasco a "término medio", pero le indicaban que sólo lo masticara, se tragara el jugo y botara la parte sólida. Esto era importante (decía el preparador): que el boxeador se enfrentara con frecuencia en la mesa a un pedazo de carne roja, sangrienta, ya que esto mantenía en los seres humanos el instinto depredador vivo, a flor de piel, esa cosa que necesitan los boxeadores y que es alimento del "pundonor". Recuerdo que esa fue la palabra que utilizó el entrenador.
 llamé "pundonor" hasta que di con el sustantivo correcto: "encarnizamiento". La forma en que Roberto Durán peleaba da pistas certeras sobre el significado exacto de la palabra. El que se encarniza es el opuesto exacto del "comeflor", y habrá que estudiar si esta otra palabra obedece sólo a una observación superficial de ciertas conductas relajadas o si de verdad el forzarnos a ser vegetarianos termina por apaciguar alguna bestia de los adentros.
 
 
Espejo-espectáculo: nos vemos en el vencedor porque anhelamos ser el depredador y nunca la presa. Es fácil explicarse desde este punto el triunfo global del capitalismo: quienes nos estimulan para que destruyamos al otro están acudiendo a atavismos biológicos quizá mal sepultados. A lo más primario que tenemos, al motor fundamental de la especie que es el hambre (de comida, de sexo, de supervivencia, de reconocimiento, de dominio territorial, de victoria), esa cosa que sólo la conciencia puede convertir en combustible para la vida en dignidad.
La industria del espectáculo deportivo, tal como la conocemos, tiene poco menos de 100 años de desarrollo y consolidación. En ese interín ha visto florecer momentos y personalidades grandiosas y ha visto venir una lenta pero sostenida debacle; hoy proliferan las marcas y récords pero van desapareciendo las personalidades magnéticas, los ídolos de verdad, los que eran representación (espejo) de sus pueblos. Unas cosas eran el deporte y el boxeo amateur, y otras esencialmente distintas el espectáculo del deporte por dinero, por millonarias bolsas, el deporte-negocio. Hubo una etapa del boxeo profesional en que los combatientes luchaban por algo relacionado con el patriotismo y el honor, algo que parecía gallardo y grandioso así en el fondo también fueran miseria e ignominia. Esto se ha ido deteriorando y envileciendo a una velocidad monstruosa.  Unas cosas eran el deporte y el boxeo amateur, y otras esencialmente distintas el espectáculo del deporte por dinero
Caso Mayweather: cuando a un señor lo presentan como al "mejor boxeador del planeta" y el hombre termina dando una lección de danza contemporánea para no dejarse lastimar el rostro está rompiendo uno de aquellos códigos del espectáculo de los que hablábamos arriba: los ídolos del deporte y sus hazañas tienen que ser reales, patentes y convincentes. ¿Somos enfermos espectadores sedientos de sangre? Lo somos: el que se lleva los dólares, la fama y la "gloria" aceptó satisfacer a esa fanaticada y haría bien en atenerse a las normas del show. O concretar la estafa y convertirse en agente del fin del espectáculo.
La danza de los millones de dólares puede darle un respiro un rato más al boxeo-espectáculo, pero un escenario en el que cualquier boxeador (no es exageración: cualquiera) puede ser campeón de cualquiera de las muchas organizaciones de boxeo existentes no parece un buen síntoma de lo que viene. La humanidad pudiera estar encaminándose a otras formas de generación de emociones.
 Necesaria post data: existe otra industria floreciente, llena de gladiadores que no huyen y que sí le tributan sangre y dolor en vivo al monstruo consumidor de violencia: el Mixed Martial Arts (MMA) y el Ultimate Fighting Championship (UFC).
 
 
A ver cuánto les dura el prestigio y la fama (y la vida útil) a sus cultores
 

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